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¿Qué puede haber más allá de la enfermedad?

Updated: Mar 24, 2020





Si hay algo que he aprendido después de tantos años de práctica en el campo de la psicología de la salud y en concreto de la psicooncología, de profundas reflexiones y acercamiento a las inquietudes más profundas del ser humano es que el verdadero sentido de la existencia no es otro que el desarrollo de nuestra excelencia.

La enfermedad no debe hacernos perder ni un ápice de nuestra dignidad interior, ni permitir que interfiera en la confianza y la seguridad en uno mismo haciéndonos sentir más débiles y desdichados.

Es cierto que la enfermedad suele poner en evidencia la fragilidad de nuestro destino y despertar en cada uno de nosotros un sentimiento de desconfianza y temor, frente a la posibilidad de un futuro incierto que, se presupone, nos alejará del bienestar y la calidad de vida y nos conducirá, irremediablemente, hacia el sufrimiento y la pérdida. Una perspectiva muy poco alentadora que difícilmente contribuirá a establecer nuestra soberanía frente a la enfermedad.

Los pensamientos negativos mantenidos alrededor de la enfermedad; las actitudes de duda, sospecha y desesperanza que suelen acompañar al diagnóstico de un cáncer, y la creencia en la pérdida de control hacen difícil el que podamos observar la situación desapegados de las limitaciones propias del temor que suscita la pérdida de continuidad en el tiempo.

Nuestro mundo finito está hecho de realidades opuestas que coexisten en permanente antagonismo: el día se opone a la noche, la luz a la oscuridad, el placer al dolor, la alegría a la tristeza, el bien al mal, lo feo a lo bello, la salud a la enfermedad y, por supuesto, la vida a la muerte. La lista de contrarios que conviven entre sí sería interminable.

Debemos aprender a percibir la realidad que nos acontece más allá de la dualidad propia del mundo de los opuestos y liberarnos de las cadenas que nos atan a lo superficial y aparente, lo contrario nos conduciría a un auténtico caos.

Distinguir entre enfermos y sanos, si bien sirve para las estadísticas y las investigaciones de tipo científico y social, no tiene ninguna validez desde la realidad de lo trascendente. Lo único que diferencia a un sano de un enfermo es la experiencia en sí misma, y por más dolorosa que ésta pueda ser, jamás resta excepcionalidad a quien la padece. Las categorías de valor que colocan en una situación de privilegio a quien está libre de enfermedad e incapacitan a quien está enfermo no tienen utilidad alguna al compararse con la plenitud de nuestra naturaleza esencial. Las etiquetas que acostumbramos a utilizar para diferenciarnos de los otros pertenecen al mundo de la ilusión y no reflejan la naturaleza última del ser.

En la lucha contra el cáncer no debemos dirigir nuestros esfuerzos, exclusivamente, hacia la extinción de uno de los opuestos, como sería en este caso el cese de la enfermedad frente a la salud y el aplazamiento de la muerte frente a la vida. Tal convencimiento nos haría suponer que aquel que se cura es «vencedor» y aquel que, por el contrario, no lo consigue y muere es un perdedor. Una interpretación en exceso determinista que coloca al ser humano en una posición puramente mecanicista y funcional, ausente de todo significado. Un maquina con fecha de caducidad finita.

La idea de vencer al cáncer no debe reducirse al hecho de superar la enfermedad y prolongar la vida física y terrenal como si la realidad de la muerte fuera la adversidad que hay que combatir.

Vencer no significa necesariamente superar el cáncer. Ni morir debe ser considerado como sinónimo de pérdida. La autentica y genuina conquista está en haber comprendido el papel que la enfermedad juega en nuestra existencia como experiencia particular única, ya sea como término a una existencia, que es, en sí misma, pasajera, o como fuente de conocimiento que nos permita consolidarnos como personas conscientes de nuestra naturaleza superior. La muerte es inevitable, y pretender luchar contra la impermanencia e insistir en apegarse a la vida es un objetivo en sí mismo absurdo.

Es cierto que en la actualidad son cada vez más las personas para las cuales el cáncer no es más que un recuerdo.

Gracias al diagnóstico precoz, a los avances tecnológicos, a las nuevas alternativas de tratamiento, a cambios en los estilos de vida y formas de entender la enfermedad, el cáncer debe verse como una enfermedad crónica, a veces demasiado larga, muy posiblemente remisible y algunas veces, aunque nos cueste admitirlo, también terminal.


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