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Mente Primitiva en tiempos de pandemia

Updated: Aug 27, 2020



Básicamente y por una cuestión de historia y evolución nuestra mente sigue siendo tremendamente primitiva.

En momentos de incertidumbre y amenaza buscamos desesperadamente darle un sentido a nuestro mundo de desorden y caos. Es cuando emergen, entonces, toda clase de teorías conspiratorias.

Seguimos anclados en un mundo de buenos y malos. No importa a que ideología, tendencia, credo, pertenezcamos, la búsqueda de culpables aumenta a la misma velocidad que aumenta el desconcierto ante la realidad que nos acontece. Tampoco importa conocer la verdad o ahondar en ella, sino mas bien, mantenernos fieles al engaño cognitivo. Al fin y al cabo, el autoengaño, la distorsión de pensamiento, acostumbra a ser un atajo que reduce el esfuerzo que supone comprender la realidad o incluso asumir nuestra parte de contribución a la situación. Nuestro cerebro lo prefiere así.


En nuestro cerebro existen patrones de supervivencia registrados hace unos 500 millones de años (cerebro reptil). La mayoría abarrotados de datos que tienen que ver con peligros, luchas y amenazas. A la hora de interpretar una situación de alarma y riesgo, es más frecuente que nos inclinemos por hacer asociaciones, donde realmente no existe ninguna relación, que a pensar racionalmente. Para ser realistas, lo de pensar, pensar, es relativamente incipiente. Y pretender que alguien entre en el terreno de la razón cuando está alejado de ella, puede ser de lo más perjudicial para el que lo intente.


En nuestra primitividad, necesitamos encontrar ese punto de equilibrio entre las causas de una situación y sus efectos o consecuencias. Hallar un equilibrio que nos permita liberarnos del miedo a lo que no comprendemos ni podemos controlar. Nuestro cerebro busca continuamente significados y para ello hace uso de patrones fuertemente arraigados en nuestra memoria de supervivencia.


El ser humano es capaz de llegar a creerse cualquier cosa por su incapacidad de hacer frente a la incertidumbre y la falta de razones. Las tenemos que encontrar, si o si, y desgraciadamente, el mito en forma de fábulas, leyendas, supersticiones, quimeras, tradiciones, embustes y enredos se convierte en la única explicación a una realidad que se nos presenta irracional e incomprensible.


El pensamiento mítico coexiste en nosotros como parte de nuestra huella ancestral. La perdurable oposición entre el mito y el logos. No se trata de una falta de inteligencia o racionalidad ausente sino más bien de un profundo e intenso miedo ante los fenómenos que no comprendemos.


Ha ocurrido antes a lo largo de la historia: Viruela, sarampión, gripe española, peste negra, VIH y ahora SARS-Cov-2 como lo fueron las epidemias de SARS-coV y MERS. De hecho, se han registrado treinta y nueve especies de coronavirus.

Virus y bacterias conviven entre nosotros. Y pueden ser amigos o tremendamente enemigos, volviéndose altamente patógenos.


No hay conspiración sino más bien, una falta de responsabilidad alarmante. Estamos provocando una pérdida de equilibrio en los sistemas naturales: deforestación, tráfico y distribución de especies en mercados de animales, cambio climático, con consecuencias francamente devastadoras para la humanidad y el planeta. Incluso la globalización puede perjudicar por la rápida diseminación. Hoy sabemos que el 70% de estas enfermedades emergentes de los últimos años, son de origen zoonótico.


Aunque nos cueste reconocerlo y nos disguste enormemente, ahora toca “apechugar” con las consecuencias de nuestros actos y aceptar las limitaciones -uso de mascarilla distancia, ciertas restricciones- además de mantener una alimentación saludable, reforzar nuestras defensas, manejar el estrés- y lo más importante dejar de hacer el tonto o creer en conspiraciones “ancestrales” para controlar el mundo o incluso de sentirse protegidos por el Espíritu Santo y de que esto no vaya con uno, ambas ideas igual de primitivas y arcaicas.


Con ello no quiere negar que de una manera colateral determinadas personas u organizaciones puedan enriquecerse de estas situaciones sin importar el sufrimiento o el padecimiento ajeno en nuestro característico egoísmo. Se trata de los mismos mecanismos primitivos -el más por más- de supervivencia y continuidad. Por desagracia, siempre ha sido así y cómo es habitual en mi, sólo me queda un llamamiento a la conciencia y conducirnos hacia una nueva forma de ser y estar en el mundo. Y a los que conspiran -si los hubiere- recordarles que hay algo que jamás podrán controlar, su propia caducidad.

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