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Sabiduría y vida: Indisociables



-Mi vida no tiene sentido

-No le encuentro significado a mi vida

Son dos afirmaciones que acostumbran a ser habituales en una consulta de psicología, aunque también responden a lo que podríamos llamar “las grandes preguntas” que suelen surgir a lo largo de nuestra vida y muy especialmente, cuando se viven momentos que obligan a la introspección y la búsqueda de significados que faciliten la comprensión de nuestra existencia.

¿Cuál es el sentido de la existencia?

Yo misma me he hecho esta pregunta en más de una ocasión y tengo que admitir que he llegado a mis propias conclusiones.

La vida es conocimiento. Vivir es conocer. El conocimiento es el único sentido de la existencia. Hacernos cada vez más conocedores, más inteligentes, más sabios hasta el punto de descubrir, con discernimiento, la verdad última. Nuestra vida no tiene mayor significado que el de adquirir conocimiento. Conocimiento de la existencia y conocimiento del “si mismo”. Cuanto más conozco de mi a través de la autoindagación, sin olvidarnos de la experiencia, más posibilidades tengo de aproximación al Ser y el encuentro con los valores trascendentales. No se trata de adquirir un conocimiento de manera intelectual (lecturas, cursos, formaciones, practicas, retiros) sino de un conocimiento que nace de la propia experiencia. Experiencia que te permite saborear la existencia en toda su variedad de sabores e incluso saborear el sabor único. La conciencia de Unidad, del Todo indivisible, inmutable y eterno. Sólo de esta manera, saboreando, experimentando, logramos madurar profundizando en el Ser, instruirnos en conciencia y entrar en contacto con nuestra naturaleza auténtica.

Lo que sentimos, a través de nuestras emociones, se convierte, precisamente, en instrumento de conocimiento. Por mediación de nuestras emociones aprendemos algo que no podríamos aprender sino fuera por ellas.

¿Cómo puedo conocer o saber del amor sino saboreando el amor con todo lo que ello conlleva (encuentros, desencuentros, anhelos, deseos, decepciones, alegrías)?

Cada una de las emociones que experimentamos están llenas de información sobre nosotros mismos y la realidad de nuestra existencia particular e incluso del nivel de conciencia desde el que nos desenvolvemos. Las emociones nos aportan claridad y al mismo tiempo nos engañan y pueden mantenernos en la oscuridad.

Las emociones están al servicio del conocimiento. Es cierto que hay emociones que potencian el conocimiento, que son indispensables y esenciales para desarrollar una vida de sapiencia y otras que más bien entorpecen y lentifican, por no decir bloquean o frenan, nuestra comprensión de la verdad última.

Te preguntarás ¿Cómo distinguir entre ellas? Es fácil. Hay emociones que dividen, separan, desunen, restan o alienan; como los celos, el odio, la envidia, el orgullo, la ira -esos pecados capitales que nos mantienen en la ignorancia, subyugan el alma y te apartan del Ser, convencidos de que existe ese “otro” separado de mi en una concepción dualista de la realidad. Y hay emociones que unen, conectan y te hacen sentir parte de un todo; como el amor, la amistad, la compasión, la simpatía por un “nosotros”. En una realidad no dualista (no-dos) donde no existen separaciones y el sentimiento de soledad o aislamiento se desvanece por completo ante la magnificencia de la Unidad.

Si tenemos en cuenta, además, que las emociones surgen de nuestra cognición, de nuestra manera de pensar o interpretar la realidad que nos acontece no hay duda de que pensar bien (el buen pensar) es un requisito imprescindible para el buen vivir. Entendiendo por buen vivir ese sentido de plenitud que te otorga el encuentro con los significados universales (verdad, bondad y belleza) que van mucho más allá de nuestras circunstancias particulares y naturaleza fenoménica. Una vida donde todo se vislumbra con profunda claridad. Sin depender de las contradicciones y la estrecha condición de los sentidos ni del apego a los aspectos superficiales de la existencia.

La vida no tiene sentido. La vida es el sentido. El sentido que tú le das desde tu propia experiencia. A partir de ahí tu decides si hacerte cada vez más inteligente sumando en bienes "internos" sapienciales o seguir en la ignorancia restando en bienes "externos" materiales expuestos a la caducidad.

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