A propósito del Día Mundial de la prevención del suicidio.
Hace unos días, hice la devolución de una evaluación psicológica. Los resultados obtenidos reflejaban un índice potencial de suicidio de 80/100
Entre las respuestas, las siguientes afirmaciones:
-He hecho planes para matarme. (CV)
-No me interesa la vida. (CV)
-Estoy pensando en la posibilidad de suicidarme. (CV)
-Preferiría morir antes que seguir viviendo. (CV)
CV= Completamente verdadero
Según La Organización Mundial de la Salud, cada año se suicidan casi un millón de personas, lo que supone una tasa de mortalidad "global" de 16 por 100 000, o una muerte cada 40 segundos.
En los últimos 45 años las tasas de suicidio han aumentado en un 60% a nivel mundial. El suicidio es una de las tres primeras causas de defunción entre las personas de 15 a 44 años en algunos países, y la segunda causa en el grupo de 10 a 24 años; y estas cifras no incluyen los tentativas de suicidio, que son hasta 20 veces más frecuentes que los casos de suicidio.
La pregunta es ¿Por qué?
Desde mi experiencia y en términos generales concluyo que existen tres causas que tienden o nos inclinan al suicidio:
Causas fisiológicas, donde el impulso nace de alteraciones biológicas en nuestro cerebro que nada tienen que ver con nuestra personalidad o historia individual. En ausencia de un trastorno de personalidad de base aunque se manifieste como tal.
Causas psicológicas, donde nos faltan habilidades, recursos o capacidades para hacer frente a determinadas circunstancias de vida -como cuando el sufrimiento psíquico sobrepasa nuestro límite de tolerancia o nos sentimos sobrepasados por las circunstancias-
Causas existenciales, donde, sencillamente, no nos interesa la vida. Ni nos gusta, ni nos apetece vivir. En este caso, una cuestión más de filosofía que de psicología o medicina -no hay pastilla que pueda responder a las grandes preguntas-
Reconozco la frustración, la impotencia y la complejidad de tratamiento cuando el impulso nace de dentro. Claro ejemplo de cuando la química (sí o sí) tiene que entrar en escena y regular la homeostasis afectiva interna. Para aquellos otros, faltos de habilidad de respuesta o de adaptabilidad a la existencia me gustaría decirles que el “gusto” puede adquirirse o recuperarse en caso de pérdida y que las habilidades psicológicas de respuesta, también pueden aprenderse.
Atrevimiento, regulación emocional, conciencia emocional, apertura al cambio, independencia, autosuficiencia, autonomía, razonamiento, afabilidad, dominancia, abstracción, autocontrol, resolución de problemas, flexibilidad, autoobservación, entre otras, son variables, cuya ausencia puede disminuir nuestra capacidad para hacer frente a determinadas circunstancias de vida o para desarrollarnos como personas completas.
Recuerdo casos de ideaciones de suicidio, o incluso de intento, precisamente por esa falta de competencias -intra-interpersonales- o habilidades de respuesta (aborto, ruptura, perdida, desempleo, traumas no resueltos, soledad). Todos ellos resueltos gracias al reconocimiento del problema, el autoconocimiento y la indagación en el Ser.
La vida es un viaje para el autoconocimiento y el despertar de la conciencia. El compromiso con el proceso es un requisito fundamental. De hecho, estoy convencida de que existe en el nacimiento un compromiso inherente al sentido de la existencia. Un compromiso de alma, de esencia que no de personaje o personalidad.
Es posible pasar del miedo, la desesperación o el hartazgo a la reflexión; pasar de la reflexión y el autoanálisis a la comprensión y por último, pasar de la comprensión y el entendimiento a la contemplación donde experimentamos el sentido profundo de la existencia.
Contemplar es trascender lo aparente, atravesar las barreras psicofisiológicas que nos separan del Ser y vislumbrar la luz que todo alumbra.
En la contemplación nos abrimos a los significados esenciales. Es entonces, cuando la inclinación al suicidio se desvanece ante la evidencia de nuestra magnificencia y el encuentro con la verdad última.
Nota aclaratoria: este post no cuestiona el suicidio asistido o la eutanasia.
Simplemente, invita a considerar y cuestionarnos a que le estamos dando el poder para querer acabar con la vida. El problema no está en el cuerpo, está en nuestra mente y el dominio de la mente es potestad de nuestra voluntad para elegir en todo momento desde la libertad de Ser.
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